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Reseña realizada por Celia Santos.
Cualquier resaca es dolorosa, o cuando menos molesta e incómoda. Pero la resaca del amor es quizá de las más largas.
Como ya hizo en su anterior libro, Tratado sobre la resaca, donde nos ilustraba con las diferentes formas de afrontar el día después de una buena cogorza, en esta ocasión Juan Bas nos ofrece diferentes formas de afrontar el desamor, o la “resaca del amor”.
Es difícil clasificar este libro. No sabría decir si se trata de un ensayo, una crónica, un manual… Lo que sí puedo asegurar es que aquel que lo lea tiene la carcajada asegurada. Como ya ha demostrado en anteriores obras, como “Alacranes en su tinta”, el autor hace gala de un humor negro como el carbón y de un sarcasmo únicos. No tiene inconveniente en reírse de sí mismo, contando algunos de sus propias experiencias, que cualquiera escondería en lo más recóndito de su ser.
Con un tono que pretende se neutro, pero en el que se adivina el sarcasmo, nos explica casos como el del hombre que tras ser abandonado por su novia, decide cambiar de sexo y hacerse operaciones de cirugía hasta parecerse a ella, o el de aquella otra que disecó a su marido al morir.
Y atención especial a los pies de página que no tienen desperdicio como el que dice que un camarero en un bar de Sevilla hablaba también de algo sobre una cuerda y un parroquiano le preguntó que una cuerda de qué clase. A lo que el camarero respondió: “una cuerda normal, de las de ahorcarse”.
Abundantes guiños al cine y la literatura, y algunas obras de ambos géneros inventadas por él, pero que hasta que no llegas al final del libro no lo descubres, ya que lo cuenta de tal forma que te la comes con patatas. Al menos a mí me pasó
Si sufres de mal de amores, quizá puedas identificarte con alguno de los casos que nos cuenta el autor, o quizá puedes aportar algo al peculiar estudio que Juan Bas ha hecho de esta “dolencia”.
A pesar de que uno de los personajes desvela el motivo de los sueños de Lino, al lector le queda igualmente esa pequeña duda de ¿y si hubiera algo? Juegas un poco a la ambigüedad.
Sí, me gustan los personajes un poco ambiguos. El que quiera pensar que hay algo más, ¿pues por que no? Trato el tema de la reencarnación pero no me posiciono. Aunque sí reconozco que hay una parte de parodia, cuando hablo del grupo de Marsans, que reúne a la gente y que es un cara dura que lo que quiere es sacarle partido a todas estas creencias. Creo que si hubiese explicado ese hecho con detalle, literariamente no hubiera funcionado. Además, es el lector el que tiene que rellenar los huecos y hacer suyos todos los personajes.
Decía Calderón que toda la vida es sueño. ¿Pueden alterar los sueños la vida de las personas?
Debería pensar que los sueños, sueños son, porque sino es muy peligroso, pero ¡claro que alteran! y no sólo los sueños, sino la ficción misma. Los sueños son una sala de cine que llevamos incorporada. A mí los sueños que me interesan son los que parecen realidad. La función de los sueños y la ficción es proyectarnos en ellos. Los griegos inventaron el teatro por la necesidad de proyectar a los héroes y en realidad era algo más que un entretenimiento, era prácticamente una ceremonia. Cuando tú ves una película que te marca, te altera de alguna manera. Por lo tanto, los sueños sí son importantes.
Hay un personaje bastante inquietante, que es el de la enfermera que cuida a Lino durante el tiempo que está en coma. Con el poder de las palabras consigue que muchos de sus pacientes mejoren…
Si, aunque es un personaje que da un poco de “yuyu” y que está un poco “p’alla”. Pero es un personaje un poco contradictorio porque de entrada parece que no influye en los paciente, pero al final se descubre que ella lo que quiere es imponer sus ideas. Pero no es el personaje que mejor me cae.
Yo la he definido como una enfermera placebo. ¿Hasta dónde puede llegar la sugestión a la hora de curar una enfermedad?
El efecto placebo está totalmente demostrado. Y nos pone de manifiesto hasta qué punto llega el poder de la sugestión, ya sea por un agua azucarada que tomes y creas que te curará el cáncer o ya sea que creas que te curarás si vas de rodillas a Lourdes. Hay documentados hechos muy interesantes a la vez que inquietantes. La mente tiene recovecos imprevisibles y desconocidos. En el caso de la enfermera de mi novela, si que es posible que, ayudada de su prestigio, pueda tener ese poder de sanar.
Ella juega con el subconsciente de los enfermos que están en coma…
Esa es una faceta del personaje que se va desvelando, porque de entrada parece una persona que deja hacer, que ha asumido el papel que algunos pacientes le han otorgado. Parece que está al margen, pero termina creyéndose su propio personaje cree que su papel es regalarles una vida a los enfermos que están en coma. Esto es, en cierto modo, lo que hacemos los escritores; crear historias ajenas para que el lector se proyecte en ellas, pero la diferencia es que el lector es consciente. A través de la ficción nos transformamos un poco.
¿Crees en la reencarnación?
Francamente, nunca me lo he planteado de una forma metafísica. Podría ser que sí o podría ser que no. No tengo una creencia tajante, ¿pero por qué no? Además, si hay reencarnación, como no nos acordamos, no podemos demostrar que hayamos vivido una vida anterior o cuatrocientas. Nadie ha vuelto para contarnos si ha sido así.
Bueno, y ninguno de los que se creen reencarnados ha vivido la vida de un pastor o un esclavo. Todos son la reencarnación de Cleopatra, como mínimo.
Frikies los hay en todas partes. Aquí los vampiros, muy de moda, promocionan la novela Trueblood, con sangre en lata incluida. A Guti le llamaba el lado oscuro.