Carmen Santos nació en Valencia. A los cuatro años se marchó a vivir a Düsseldorf (Alemania) con sus padres. Regresó a España con diecisiete años. En 1981 se mudó a Zaragoza donde reside en la actualidad.
En 1989 abandonó su trabajo en una multinacional para dedicarse a su gran pasión; la literatura.
Tiene dos novelas publicadas anteriormente: “La vida en cuarto menguante” y “La cara oculta de la luna”. Ahora nos presenta su último trabajo, “Días de menta y canela”.
Creo que no puedo dejar de preguntarte si, aparte del hecho de haber sido inmigrante en tu infancia, hay algún otro dato autobiográfico en la novela.
La única parte de la novela que tiene una fuerte base autobiográfica es la que narra los recuerdos de cuando la protagonista, Clara Rosell, vivió en Alemania durante los años sesenta y setenta porque sus padres tuvieron que emigrar. Para escribirla, recurrí a algunos de mis recuerdos de Alemania y a historias que oí contar a los adultos, verifiqué las fechas de acontecimientos históricos, películas, canciones, y objetos de la época que menciono en la narración y lo mezclé todo con mucha ficción. El resto de la novela es pura fabulación.
La novela comienza con un hecho intrigante, y poco a poco se convierte en casi una novela negra sin dejar de lado las historias de amor y el relato “casi erótico” ¿Cómo se consigue mantener ese ritmo durante toda la novela?
Controlando constantemente que la historia no vaya por derroteros no deseados y que unas subtramas no se coman a las otras. Para eso, reviso y corrijo sin parar. También borro mucho material ya escrito, a veces con gran dolor de corazón, si veo que no aporta nada a la historia o se desvía del guioncito que siempre me preparo antes de ponerme a escribir y que procuro respetar lo más posible. Eso no quiere decir que no improvise durante la redacción de una novela, incluyendo en la trama nuevos matices, personajes que no estaban previsto o tramas secundarias, pero, como dicen los cineastas: siempre improviso sobre un guión.
Hablando de relatos eróticos, todas tus novelas tienen un importante componente “sensual”. ¿Crees que puede ser un reclamo para el lector o por el contrario es tu sello personal?
Cuando escribo una novela, nunca me planteo el componente “sensual” como un reclamo para el lector. Tampoco me he preguntado nunca si eso es mi sello personal. Lo que si que he tenido claro siempre, ya desde mi primera novela, es que si estoy narrando una historia de amor llena de pasión, no me voy a detener en el primer beso casto y puro de los protagonistas. ¿Por qué no desarrollar ese amor desde las dos vertientes: la del corazón y la de la carne? Si en la literatura hablamos de muerte, guerra, dolor, enfermedad, si los protagonistas trabajan, comen, duermen, sufren, hacen planes, ¿por qué no podemos describir cómo exploran el cuerpo de la persona de la que se han enamorado? Pienso que el erotismo es una parte fundamental del amor y de nuestras vidas y merece tener su lugar en la literatura.
El protagonista de la noticia que Clara encuentra en Internet, es un viejo inmigrante muerto en su cochambroso apartamento. ¿Crees que hay aún muchos olvidados como él?
Mientras escribía la novela, precisamente, recordé la noticia que apareció en los periódicos hace algunos años sobre un anciano emigrante español que fue encontrado muerto en su piso de París durante una ola de calor estival. Cuando la leí, me llamó la atención que viviera completamente solo y que nadie le echara de menos en el vecindario cuando dejó de salir a la calle. Creo que en esta sociedad actual donde todos vamos “a nuestra bola”, hay cada vez más olvidados como el anciano de “Días de menta y canela”.
Hablemos un poco de los personajes. Supongo que Clara está inspirada en ti misma, aunque sólo sea por el hecho de haber vivido en Alemania pero, ¿de donde nacen el resto?
De la imaginación. Me encanta crear personajes, inventarles un pasado y un presente y hacerles vivir, amar, a veces sufrir. Una de las cosas buenas que nos aporta a los escritores la novela, aparte de permitirnos manejar las palabras, crear belleza y jugar con ellas, es que podemos fantasear cuanto queremos sin que nos tachen de locos.
¿Te inspiras en personas reales, en gente normal?
No suelo inspirarme nunca en personas de carne y hueso. A la hora de dar forma a un personaje, puede ocurrir alguna vez que se me “cuelen” rasgos aislados de alguien que me haya llamado la atención, pero jamás me atrevería a utilizar la vida o personalidad de conocidos, amigos o familiares para escribir una novela. Me sentiría como si les estuviera robando.
¿A cual de los personajes de esta novela le tienes más cariño?
No sabría decirlo. En otras novelas, como por ejemplo “La cara oculta de la luna”, tuve un candidato claro al encariñamiento: Benito, el abogado homosexual que es amigo del protagonista, un hombre íntegro y tierno, un verdadero bombón de personaje. Pero en esta novela, al ser más coral, he repartido los “cariños”. Aunque, si me pongo a buscar, quizá destacaría a Antonio Vargas, el jesuita, y a la familia Rosell.
Uno de ellos, el padre Vargas, es un fraile que ayuda a Héctor Laborda (padre) mientras está en Alemania. Sé que personas como él existían en la vida real. ¿qué nos puedes contar sobre ellos?
Cuando viví en Alemania, recuerdo haber conocido a sacerdotes españoles que en su día habían salido de España por idealismo, por discrepancias con la dictadura de Franco, etc. Trabajaban como cualquier otro inmigrante y ayudaban a los compatriotas, que muchas veces eran iletrados, en cuestiones de papeleos y cosas así. En ellos está inspirado el personaje de Antonio Vargas.
Tu has vivido en primera persona lo que significa ser inmigrante. ¿Los españoles hemos perdido la memoria?
Creo que los españoles somos reacios a recordar que no hace tanto años, éramos nosotros los que debíamos emigrar para poder salir adelante. Es como si ahora que vivimos bien, consumimos como si nos hubiéramos vuelto locos y nos hemos convertido en receptores de inmigrantes, nos diera vergüenza recordar que España siempre fue un país del que la gente emigraba a América, o a la Europa rica en los años sesenta, para poder comer de caliente. En ese sentido, con “Días de menta y canela” quise homenajear a mis padres y a tantos otros que dejaron España en trenes cochambrosos, con sus maletas de cartón y sin conocer otro idioma que el suyo ni otra cultura que la española, porque merecen que no olvidemos el valor que le echaron. Y tampoco deberíamos olvidar el dinero que aquellos emigrantes mandaron a España durante muchos años y que aportó su granito de arena en el crecimiento que experimentó la economía española en los sesenta y setenta.
¿Cómo se vive la inmigración desde “el otro lado”?
La vida que llevábamos en Alemania era muy austera. Mis padres, como suele ser común en los que emigran por razones económicas, lo que querían era ahorrar dinero y volver cuanto antes a su país. Para eso trabajaban mucho y las diversiones eran escasas (aunque también pasábamos nuestros ratos buenos, todo hay que decirlo). También fue muy duro para ellos tener que aprender el alemán e integrarse en una cultura que era tan diferente de la que conocían. Como a mí me llevaron con cuatro años y a esa edad enseguida dominas cualquier idioma, con el tiempo me tocó muchas veces hacerles de intérprete o escribirles cartas en alemán.
Otra cosa que recuerdo con claridad es nuestra nostalgia de España. Los emigrantes de la primera generación suelen aferrarse al recuerdo del país que dejaron atrás para combatir el desarraigo y el resultado es una imagen idealizada que transmiten a sus hijos. Yo crecí con una idea de España muy irreal que a nuestro regreso, no coincidió para nada con lo que me encontré aquí.
Tu familia y tu volvisteis a España cuando tenías 17 años. ¿Te sentiste extranjera en tu tierra?
Yo viví el regreso a España con cierta ambivalencia. Por una parte, para mí España era el país paradisíaco del que me habían hablado mis padres y que yo conocía de cuando veníamos de vacaciones en Agosto. Mientras vivimos en Alemania, siempre quise regresar a España y cuando mi padre dijo que había encontrado trabajo en Valencia y que nos mudábamos, me alegré muchísimo. Las primeras semanas en Valencia fueron un descubrimiento constante, lleno de ilusión y de sensualidad: la luz, el sol, el mar…
Al mismo tiempo, me sentía extranjera y rara, porque mi forma de ser era más alemana de lo que había pensado cuando viví allí (al igual que le ocurre a Clara Rosell en la novela) y en España destacaba por ser diferente. Y también me fui dando cuenta de que España no era el paraíso que siempre había creído, sino una dictadura donde nadie se atrevía a opinar de política (estoy hablando del año 1974), donde se temía a los “grises” más que a la muerte, donde las mujeres necesitábamos el permiso del padre o del marido para cualquier cosa.
En definitiva, después de tantos años deseando regresar, a mis padres y a mí nos costó integrarnos en la vida española, porque era muy diferente de cómo la habíamos imaginado cada uno de nosotros.
Como decía “el Poeta”, “todos llevamos una ilusión en la maleta y cada una es distinta”, dime, ¿Cuál es la tuya? ¿Qué proyecto llevas ahora en la maleta?
Mi ilusión es poder seguir escribiendo muchas historias y que los lectores sigan interesados en leerlas.
Muchas gracias, Carmen. Espero que tengas muchos éxitos y podamos volver a coincidir.
Muchas gracias a ti y a todo el equipo de Anika Entre Libros por el tiempo que me habéis dedicado.
En 1989 abandonó su trabajo en una multinacional para dedicarse a su gran pasión; la literatura.
Tiene dos novelas publicadas anteriormente: “La vida en cuarto menguante” y “La cara oculta de la luna”. Ahora nos presenta su último trabajo, “Días de menta y canela”.
Creo que no puedo dejar de preguntarte si, aparte del hecho de haber sido inmigrante en tu infancia, hay algún otro dato autobiográfico en la novela.
La única parte de la novela que tiene una fuerte base autobiográfica es la que narra los recuerdos de cuando la protagonista, Clara Rosell, vivió en Alemania durante los años sesenta y setenta porque sus padres tuvieron que emigrar. Para escribirla, recurrí a algunos de mis recuerdos de Alemania y a historias que oí contar a los adultos, verifiqué las fechas de acontecimientos históricos, películas, canciones, y objetos de la época que menciono en la narración y lo mezclé todo con mucha ficción. El resto de la novela es pura fabulación.
La novela comienza con un hecho intrigante, y poco a poco se convierte en casi una novela negra sin dejar de lado las historias de amor y el relato “casi erótico” ¿Cómo se consigue mantener ese ritmo durante toda la novela?
Controlando constantemente que la historia no vaya por derroteros no deseados y que unas subtramas no se coman a las otras. Para eso, reviso y corrijo sin parar. También borro mucho material ya escrito, a veces con gran dolor de corazón, si veo que no aporta nada a la historia o se desvía del guioncito que siempre me preparo antes de ponerme a escribir y que procuro respetar lo más posible. Eso no quiere decir que no improvise durante la redacción de una novela, incluyendo en la trama nuevos matices, personajes que no estaban previsto o tramas secundarias, pero, como dicen los cineastas: siempre improviso sobre un guión.
Hablando de relatos eróticos, todas tus novelas tienen un importante componente “sensual”. ¿Crees que puede ser un reclamo para el lector o por el contrario es tu sello personal?
Cuando escribo una novela, nunca me planteo el componente “sensual” como un reclamo para el lector. Tampoco me he preguntado nunca si eso es mi sello personal. Lo que si que he tenido claro siempre, ya desde mi primera novela, es que si estoy narrando una historia de amor llena de pasión, no me voy a detener en el primer beso casto y puro de los protagonistas. ¿Por qué no desarrollar ese amor desde las dos vertientes: la del corazón y la de la carne? Si en la literatura hablamos de muerte, guerra, dolor, enfermedad, si los protagonistas trabajan, comen, duermen, sufren, hacen planes, ¿por qué no podemos describir cómo exploran el cuerpo de la persona de la que se han enamorado? Pienso que el erotismo es una parte fundamental del amor y de nuestras vidas y merece tener su lugar en la literatura.
El protagonista de la noticia que Clara encuentra en Internet, es un viejo inmigrante muerto en su cochambroso apartamento. ¿Crees que hay aún muchos olvidados como él?
Mientras escribía la novela, precisamente, recordé la noticia que apareció en los periódicos hace algunos años sobre un anciano emigrante español que fue encontrado muerto en su piso de París durante una ola de calor estival. Cuando la leí, me llamó la atención que viviera completamente solo y que nadie le echara de menos en el vecindario cuando dejó de salir a la calle. Creo que en esta sociedad actual donde todos vamos “a nuestra bola”, hay cada vez más olvidados como el anciano de “Días de menta y canela”.
Hablemos un poco de los personajes. Supongo que Clara está inspirada en ti misma, aunque sólo sea por el hecho de haber vivido en Alemania pero, ¿de donde nacen el resto?
De la imaginación. Me encanta crear personajes, inventarles un pasado y un presente y hacerles vivir, amar, a veces sufrir. Una de las cosas buenas que nos aporta a los escritores la novela, aparte de permitirnos manejar las palabras, crear belleza y jugar con ellas, es que podemos fantasear cuanto queremos sin que nos tachen de locos.
¿Te inspiras en personas reales, en gente normal?
No suelo inspirarme nunca en personas de carne y hueso. A la hora de dar forma a un personaje, puede ocurrir alguna vez que se me “cuelen” rasgos aislados de alguien que me haya llamado la atención, pero jamás me atrevería a utilizar la vida o personalidad de conocidos, amigos o familiares para escribir una novela. Me sentiría como si les estuviera robando.
¿A cual de los personajes de esta novela le tienes más cariño?
No sabría decirlo. En otras novelas, como por ejemplo “La cara oculta de la luna”, tuve un candidato claro al encariñamiento: Benito, el abogado homosexual que es amigo del protagonista, un hombre íntegro y tierno, un verdadero bombón de personaje. Pero en esta novela, al ser más coral, he repartido los “cariños”. Aunque, si me pongo a buscar, quizá destacaría a Antonio Vargas, el jesuita, y a la familia Rosell.
Uno de ellos, el padre Vargas, es un fraile que ayuda a Héctor Laborda (padre) mientras está en Alemania. Sé que personas como él existían en la vida real. ¿qué nos puedes contar sobre ellos?
Cuando viví en Alemania, recuerdo haber conocido a sacerdotes españoles que en su día habían salido de España por idealismo, por discrepancias con la dictadura de Franco, etc. Trabajaban como cualquier otro inmigrante y ayudaban a los compatriotas, que muchas veces eran iletrados, en cuestiones de papeleos y cosas así. En ellos está inspirado el personaje de Antonio Vargas.
Tu has vivido en primera persona lo que significa ser inmigrante. ¿Los españoles hemos perdido la memoria?
Creo que los españoles somos reacios a recordar que no hace tanto años, éramos nosotros los que debíamos emigrar para poder salir adelante. Es como si ahora que vivimos bien, consumimos como si nos hubiéramos vuelto locos y nos hemos convertido en receptores de inmigrantes, nos diera vergüenza recordar que España siempre fue un país del que la gente emigraba a América, o a la Europa rica en los años sesenta, para poder comer de caliente. En ese sentido, con “Días de menta y canela” quise homenajear a mis padres y a tantos otros que dejaron España en trenes cochambrosos, con sus maletas de cartón y sin conocer otro idioma que el suyo ni otra cultura que la española, porque merecen que no olvidemos el valor que le echaron. Y tampoco deberíamos olvidar el dinero que aquellos emigrantes mandaron a España durante muchos años y que aportó su granito de arena en el crecimiento que experimentó la economía española en los sesenta y setenta.
¿Cómo se vive la inmigración desde “el otro lado”?
La vida que llevábamos en Alemania era muy austera. Mis padres, como suele ser común en los que emigran por razones económicas, lo que querían era ahorrar dinero y volver cuanto antes a su país. Para eso trabajaban mucho y las diversiones eran escasas (aunque también pasábamos nuestros ratos buenos, todo hay que decirlo). También fue muy duro para ellos tener que aprender el alemán e integrarse en una cultura que era tan diferente de la que conocían. Como a mí me llevaron con cuatro años y a esa edad enseguida dominas cualquier idioma, con el tiempo me tocó muchas veces hacerles de intérprete o escribirles cartas en alemán.
Otra cosa que recuerdo con claridad es nuestra nostalgia de España. Los emigrantes de la primera generación suelen aferrarse al recuerdo del país que dejaron atrás para combatir el desarraigo y el resultado es una imagen idealizada que transmiten a sus hijos. Yo crecí con una idea de España muy irreal que a nuestro regreso, no coincidió para nada con lo que me encontré aquí.
Tu familia y tu volvisteis a España cuando tenías 17 años. ¿Te sentiste extranjera en tu tierra?
Yo viví el regreso a España con cierta ambivalencia. Por una parte, para mí España era el país paradisíaco del que me habían hablado mis padres y que yo conocía de cuando veníamos de vacaciones en Agosto. Mientras vivimos en Alemania, siempre quise regresar a España y cuando mi padre dijo que había encontrado trabajo en Valencia y que nos mudábamos, me alegré muchísimo. Las primeras semanas en Valencia fueron un descubrimiento constante, lleno de ilusión y de sensualidad: la luz, el sol, el mar…
Al mismo tiempo, me sentía extranjera y rara, porque mi forma de ser era más alemana de lo que había pensado cuando viví allí (al igual que le ocurre a Clara Rosell en la novela) y en España destacaba por ser diferente. Y también me fui dando cuenta de que España no era el paraíso que siempre había creído, sino una dictadura donde nadie se atrevía a opinar de política (estoy hablando del año 1974), donde se temía a los “grises” más que a la muerte, donde las mujeres necesitábamos el permiso del padre o del marido para cualquier cosa.
En definitiva, después de tantos años deseando regresar, a mis padres y a mí nos costó integrarnos en la vida española, porque era muy diferente de cómo la habíamos imaginado cada uno de nosotros.
Como decía “el Poeta”, “todos llevamos una ilusión en la maleta y cada una es distinta”, dime, ¿Cuál es la tuya? ¿Qué proyecto llevas ahora en la maleta?
Mi ilusión es poder seguir escribiendo muchas historias y que los lectores sigan interesados en leerlas.
Muchas gracias, Carmen. Espero que tengas muchos éxitos y podamos volver a coincidir.
Muchas gracias a ti y a todo el equipo de Anika Entre Libros por el tiempo que me habéis dedicado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario